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CENTRO Y CONTORNO

EL RENCOR

Esta eterna enfermedad que se llama rencor es tan dañina que no solo no se conforma con dañar a su huésped, sino que necesita que éste a su vez dañe a terceros para que su propagación sea mayor y se asegure su supervivencia, para ello se alía a sus inseparables compañeros como son la inseguridad, el “no olvido”, la hostilidad y la venganza. Ésta es una alianza que va consumiendo poco a poco a quien la contrae, se aprovecha de la debilidad de la personalidad para acrecentar su fuerza y sus efectos, y una vez que empieza su formación si no se la coarta a tiempo llega a ser terminal.


La debilidad es ese primer escalón necesario que el rencor necesita para ir ascendiendo posiciones, el que el individuo no tenga la capacidad suficiente para solucionar, equilibrar y mejorar las situaciones y relaciones que le acontecen en la vida, y el que se sienta superado, desbordado o perdido en las mismas hacen que gota a gota, grano a grano, se vaya levantando un muro de desconfianza y recelo que es el germen del rencor, por eso la primera táctica que usa éste hacia con su huésped es que ante cualquier situación, ante cualquier conversación, ante cualquier experiencia convierte a la persona en un animal defensivo, hace que el individuo piense que todo es un ataque a su ser, creándose un campo de batalla en el que el sentimiento rencoroso puede campar a sus anchas, a éste le gusta la guerra y se alimenta de los acontecimientos para agrandar su fuerza. La persona en esos momentos no es más que una marioneta a la que el rencor le mueve los hilos haciéndole reaccionar de forma impulsiva e irracional, reacciones que generan una continua inseguridad, segundo escalón necesario para que este sentimiento siga en ascenso en persecución de su objetivo.

La inseguridad hace que la vida se convierta en un ataque, en un desgaste, hace que el individuo se agote, siendo más fácilmente así la conquista de su ser por parte de las pasiones y de las emociones, la inseguridad es el caldo de cultivo en el que el rencor va tomando forma, cada dolor no superado por el individuo, cada golpe de la vida no contrarrestado por el mismo merma la confianza en las propias capacidades, esta merma hace que ese individuo al final se tenga que proteger, sienta la necesidad de protegerse de todo aquello que sea exterior a él, sintiéndose herido por todo aquello o aquél que intente romper esa protección, la herida que no sólo no se cierra a tiempo sino que se deja que se desangre produce temor, y éste hace aparecer al tercer escalón necesario en el que el rencor apoya su pie y continúa su ascenso, este escalón se llama el “no olvido”.

El “no olvido”, esa memoria selectiva de personas y acontecimientos que nos va moldeando cual figura de barro, ese humo cegador que no deja que el aire se disperse y se renueve, ese temor que se protege así mismo de los hechos que no quiere que se repitan. Con el “no olvido” el rencor tiene a un gran aliado, le permite estatizar a los recuerdos, no mudarlos, no apartarlos, la opinión y el sentimiento sobre alguien o algo se congela, ese dolor que no se ha podido superar, esa decepción que no se supo evitar se petrifican, y dolor a dolor, decepción a decepción la persona se va volviendo más reaccionaria, más irascible, lo que hiere ya no se olvidará y pronto no se perdonará, y aquí hace aparición el penúltimo escalón necesario, la hostilidad.


Con la hostilidad sale a la luz el plan maestro del rencor, su razón de ser, su objetivo principal que no es otro más que el causar dolor, el rencor también es un parásito que se alimenta del dolor, es su energía, cuanto más dolor sienta la persona más grande se hará, pero para el rencor esto no es suficiente, necesita salir del huésped para seguir creciendo, para ello hará valerse del último escalón necesario, la venganza, con la hostilidad hará un daño a su huésped y con la venganza lo propagará y se expandirá. Con la venganza consigue un fin recíproco, aquél que causa un dolor a los demás hará que los demás le causen un dolor a él, creando así una sinergia perfecta en el que el rencor sale vencedor y logra así, completando una y otra vez su recorrido, que su legado no tenga fin.


 

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